Pocos productos caminan más estrechamente de la mano del café en el bar que el sobre de azúcar. Gustemos o no del café endulzado, y a excepción de las cafeterías especializadas, prácticamente en el resto de todos los servicios, el sobre de azúcar aparece acompañando nuestra taza y cucharilla.
De hecho, el gusto por mezclar el café o el té con azúcar viene de antaño y en las cafeterías americanas de principios del siglo pasado, por ejemplo, eran habituales los azucareros en las mesas para uso de los clientes. Esta estampa cambió radicalmente cuando en 1947, un abogado venido a menos por la crisis de 1929 y reconvertido en camarero, inventó el sobre de azúcar.
El personaje en cuestión se llamaba Benjamin Eisenstadt y harto de las pérdidas que suponían para su negocio las dosis generosas de azúcar que gastaban sus clientes (sin contar a los que disimuladamente aprovechaban para llevarse un buen puñado a sus casas e incluso los azucareros enteros) decidió poner remedio. Eisenstadt, hasta el momento, no había sido un hombre con suerte, aunque su espíritu emprendedor no le había abandonado nunca.
Tras ser contratado por su suegro y acumular experiencia en la hostelería, llegó a regentar hasta tres cafeterías, aunque ninguna con éxito. La última, ubicada en la calle Cumberland, junto al astillero de Brooklyn parecía que tendría un final diferente a sus predecesoras, pero tras los años prósperos de la II Guerra Mundial, en los que estos astilleros derrochaban actividad, llegaron los momentos bajos y Eisenstadt se vio obligado a cerrar.
Sin embargo, hacia tiempo que le rondaba por la cabeza la idea de montar una empaquetadora de té, pues en aquella época este tipo de infusión había ganado importancia por su bajo precio y rapidez de preparación, y decidió hacerlo. Así fue que el abogado-hostelero reconvirtió su cafetería en una fábrica de bolsitas de té. Nacía Cumberland Packaging Corporation.
Benjamin Eisenstadt compró toda la maquinaria necesaria para su nueva fábrica y se esforzó por generar interés entre los consumidores, pero no lo logró. En esos momentos los distribuidores no querían nuevos productos, sino soluciones que ayudaran a sus clientes a rentabilizar sus negocios. Y fue justo en ese momento, en 1947, que decidió no tirar la toalla, y con el recuerdo fresco todavía de sus clientes acabando con sus reservas de azúcar, aprovechando la maquinaria que había comprado para el té, ideo un sistema de empaquetado individual con la dosis justa de producto para endulzar el té o el café. Era el primer sobre de azúcar. Su invento debía ahorrar muchos cientos de dólares a sus compañeros del sector de la hostelería y la restauración.
Esta vez acertó y sus sobres resultaron un éxito absoluto. La Cumberland Packaging Corporation creció y durante años, todo aquello que pasaba por la cabeza de Eisenstadt se probaba de envasar, kétchup, mostaza, mayonesa… y también sacarina en polvo, un producto al cual debemos, también, su autoría a este emprendedor neoyorquino.
En este caso, Benjamin Eisenstadt contó con la colaboración de su hijo, que había estudiado química. Juntos lograron transformar en polvo blanco la sacarina, que ya se utilizaba un siglo antes pero en formato líquido, y que desde entonces, también, se empezó a empaquetar en los mismos sobres individuales del azúcar.
A Eisenstadt, pues, le debemos la invención del sobre de azúcar y la sacarina en polvo, pero también el origen de dos de los coleccionismos más peculiares y populares: la glucofilia o coleccionismo de sobres de azúcar y la periglucofilia, coleccionismo de sobres de azúcar, pero vacíos. En ambos casos, los criterios para indexar los sobres son muy abiertos y quienes se entretienen en este arte de la clasificación, lo hacen por temáticas, marcas o incluso relacionando cada sobre con asuntos personales como pueden ser un viaje o una reunión importante.
Algunas de estas colecciones son dignas de admirar y resultan el mejor testimonio de la evolución de nuestra propia sociedad. En los sobres, algunos con más de 70 años, quedan patentes los gustos, tendencias en diseño gráfico, frases y aforismos típicos de la cultura del azucarillo, la tertulia en nuestros bares, restaurantes o cafeterías. Repasarlos, es un dulce ejercicio de memoria histórica relacionada, también, con el café.